Transcripción de las palabras de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo; y del Presidente de la República de Colombia, Gustavo Francisco Petro Urrego, durante la entrega de reconocimiento como Huésped Distinguido a Gustavo Petro, Presidente de la R
JEFA DE GOBIERNO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO (CSP): Muy buenas tardes a todos y a todas.
Señor Presidente de la República de Colombia, Gustavo Petro Urrego, estamos muy contentos de recibirlo en este Salón de Cabildos; a toda su comitiva; a los compañeros, compañeras; presidente del Poder Judicial; del Congreso.
Es para mí un honor darle la bienvenida a la Ciudad de México. Aquí donde usted se encuentra, en este Salón de Cabildo, no solo se escribió la historia de la ciudad. En la historia moderna, este salón revela la historia libertaria y hospitalaria del gran pueblo de la Ciudad de México.
Aquí tomó posesión el Presidente de la España republicana en el exilio. Aquí se homenajeó a Salvador Allende; y más recientemente, al Presidente Fernández, de Argentina; a Evo Morales, cuando salió de Bolivia; ayer estuvo Gabriel Boric, y hoy tenemos el gran privilegio y honor de recibirlo con admiración y respeto.
La Ciudad de México tiene una historia milenaria. La primera civilización que dejó vestigios arqueológicos es la cuicuilca, que data del 800 antes de nuestra era. La ciudad es uno de los ejes mesoamericanos que dio al mundo el maíz, el cacao, el jitomate y otros cultivos que alimentan y sostienen la cultura gastronómica de diversas naciones; que nos dejó sus lenguas, sus culturas vivas. Hace siete siglos, en la ciudad se levantó la legendaria Tenochtitlan, cuna de la cultura mexica, a partir de la cual llevamos el nombre de nuestro país: México. Ciudad que fue conquistada hace 500 años, pero que aún cultiva el náhuatl en sus pueblos originarios y resguarda 52 de las 68 lenguas originarias.
La ciudad de la segunda mitad del siglo XX, que abrió sus puertas a los migrantes internacionales perseguidos y que recibió a millones de migrantes de diversos estados de la República; que fue testigo de la conquista del voto por las mujeres, pero que también vivió las cruentas represiones a movimientos sociales y estudiantiles; ciudad en la que fuimos partícipes y testigos de la solidaridad humana frente a las víctimas de los sismos; ciudad partícipe de movilizaciones por la defensa del sindicalismo independiente y del derecho a la educación.
Al final del siglo XX, los habitantes de la Ciudad de México conquistamos el derecho a elegir a nuestros gobernantes y nunca dejamos de luchar por la democracia en contra de los fraudes electorales y por las libertades. Ciudad de habitantes participativos, antiautoritarios, conscientes y solidarios.
Ciudad cosmopolita también, que recibe y alberga a personas de diversas nacionalidades que siempre son recibidas de forma hospitalaria; algunas de ellas, colombianas que han vivido y viven aquí, expresada en ámbitos diversos: ciencia, música, humanidades, gastronomía, sin dejar de mencionar la belleza con que construyen mundos a través de la palabra.
En este acto solemne, el Gobierno de la Ciudad de México celebra su presencia, Presidente, y lo nombra Huésped Distinguido en reconocimiento a su larga historia de lucha por la democracia, la justicia social, económica y ambiental; por el respeto a los derechos humanos, y por su contribución a la paz y la igualdad en América Latina.
Hoy compartimos más que una quimera o un sueño, hoy compartimos gobiernos nacionales que en su persona y de la vicepresidenta, Francia Márquez, y en la persona del Presidente López Obrador, se condensa el anhelo de nuestros pueblos de contar con representantes populares que miren por el bienestar de las grandes mayorías, de los que menos tienen y construyan progreso con justicia; de quienes defienden el inalienable derecho a la libre expresión y no venden sus principios; para quienes la autoridad moral está construida en una historia de consecuencia y de valentía; quienes no se vencen frente a la adversidad.
Por décadas se postuló el principio máximo del mercado como el solucionador de todos los problemas y el mejor distribuidor de la riqueza, convirtiendo en mercancías derechos humanos y derechos de la naturaleza. Hoy es diferente, se construyen modelos particulares para cada país, pero que coinciden en la importancia de la disminución de las desigualdades, el derecho al bienestar de todas y de todos, la erradicación de la corrupción y de la discriminación y la justicia como principios.
Venimos de culturas que supieron habitar el territorio, comprenderlo, cultivarlo y florecer. Somos sociedades guardianas de la mega diversidad natural y cultural. Nos obligan nuestros mandatos a lograr que la ética, en particular la justicia, guíe siempre nuestras decisiones, y la ciencia, la tecnología y los saberes hagan posible el bienestar de nuestros pueblos. Estos son principios que nos guían.
Por ello, en la ciudad hemos invertido recursos para la educación. Hoy, por Constitución, todas las niñas y niños que asisten a la escuela pública en la Ciudad de México tienen derecho a una beca universal; hemos creado dos universidades que dan a 40 mil jóvenes que antes eran rechazados, el acceso al derecho a la educación.
Consolidamos el derecho a la salud y fortalecemos el derecho a la vivienda digna. Hemos creado 16 parques para el disfrute de la naturaleza y las familias. Somos la ciudad con más puntos de internet gratuito del mundo, para hacer del acceso a internet un derecho y no un privilegio. Desarrollamos proyectos sustentables, como la planta de producción de biodiésel a través de aceite usado de cocina; la planta de hidrocarbón, y la Planta Solar en los techos de la Central de Abasto de la ciudad.
Por ello, de manera modesta, compartimos su visión de la necesidad de acceso a la justicia ambiental, social y económica; y compartimos la esencia de que la seguridad y la paz son fruto de la justicia.
En “El cataclismo de Damocles”, García Márquez termina su narración: “Dentro de millones de millones de milenios después de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de las especies, será quizás coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, hombres y mujeres de las artes y las letras, hombres y mujeres de la inteligencia y la paz, de todos nosotros depende que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy. Con toda modestia –decía García Marquéz–, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del Universo”.
Estoy segura que el cataclismo no será así. Soy de las que, como Galeano, camina siempre hacia la utopía; porque el amor, la paz y la justicia vencerán al odio, al racismo, al clasismo y a la avaricia.
Bienvenido a la Ciudad de México, señor Presidente Petro, Presidente de la República de Colombia. Por todas las razones y emociones que compartimos, acepte el reconocimiento que le brinda el pueblo de la Ciudad de México y su gobierno, como Huésped Distinguido de la Ciudad de México. Muchas gracias.
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA, GUSTAVO FRANCISCO PETRO URREGO (GFPU): Señora Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, señora Claudia Sheinbaum Pardo; presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, Rafael Guerra Álvarez; vicepresidente del Congreso de la Ciudad de México, Segunda Legislatura, Gerardo Villanueva Albarrán; ministro de Relaciones Exteriores de la República de Colombia, Álvaro Leyva Durán; jefe de Gabinete de la Presidencia de la República de Colombia, Laura Camila Sarabia Torres; ministro de Comercio, Industria y Turismo de la República de Colombia, Germán Umaña Mendoza; ministro Plenipotenciario Encargado de Negocios de Colombia en México, Luis Carlos Rodríguez; aquí tenemos nuestro embajador de la República de México, Moisés, que pronto recibirá sus credenciales; diputados del Congreso de la Ciudad de México; funcionarios de la Embajada de Colombia en México; integrantes del Gabinete legal y del Gobierno de la Ciudad de México; funcionarios del Gobierno Nacional de la República de Colombia; medios de comunicación, y a todas las colombianas y colombianos, mexicanas y mexicanos aquí presentes.
Muy hermosas las palabras que he escuchado, tienen que ver quizás con que la señora Jefa de Gobierno de la Ciudad de México está vinculada de alguna manera con las raíces de mi propia existencia, porque de jóvenes, el movimiento que lideraba estudiantil se vinculó a, no al movimiento, sino a una amistad con los líderes del Movimiento 19 de Abril, M-19, al cual pertenecí.
Aquí estuvo Rafael Vergara, delegado del movimiento, gozando del exilio –entre comillas–, porque la nostalgia siempre invade el exilio, pero permitiendo México en ese entonces que insurgentes colombianos, en ese entonces, que luchaban por la democracia pudieran estar aquí, entablar conversaciones, diálogos, sueños, ilusiones con también revolucionarios mexicanos, con líderes y lideresas de los movimientos sociales.
También me acabo de enterar que su familia está ligada también a la descendencia de Gabriel García Márquez, que también esta ciudad brindó hospitalidad cuando lo perseguían en Colombia, así que tenemos muchas cosas en común; ya veremos el futuro, cómo va trazando las líneas políticas, los flujos de la política y de las sociedades en la historia hacia delante.
Una historia que aquí, cada vez que venimos, tratamos de recordar, y esta mañana hablando con el Presidente Andrés Manuel López Obrador, hablábamos de episodios de la historia que han juntado a México con Colombia. Yo recordaba al General José María Melo, José María Melo, muy recordado en el sur de México, me mostraron las fotos de cómo la comunidad en el lugar donde él murió, aún todos los años festeja como un héroe mexicano el hecho de la presencia del General José María Melo en ese territorio, su lucha a lado de Benito Juárez y lamentan su fusilamiento, su asesinato en ese lugar.
El General José María Melo es ni más ni menos el último oficial del Ejército de Bolívar, en Colombia no se le recuerda por eso mismo, porque no se quiere recordar que, por decreto, los esclavistas de Colombia evaporaron, destruyeron, anularon la existencia del Ejército Libertador.
El Ejercito Libertador era integrado por negros, por indígenas, por gente del pueblo; habían hecho la libertad indudable no solo de Colombia, sino de buena parte de América Latina; eran la organización más fuerte armada de origen popular que existía, y, por tanto, era mirada con recelo por las oligarquías que, herederas de la independencia, descendientes de los españoles, en realidad eran herederos del esclavismo, eran privilegiados de la existencia de la esclavitud.
Y un ejército de negros, un ejército de campesinos, de chusma –como decían en Santa Fe, Bogotá–, de los “sin camisa”, de los que no tenían sino alpargatas en sus pies, pero que estaban armados y que habían derrotado a uno de los principales ejércitos del mundo, el Ejercito Monárquico Español, se veía como un poder popular que había que aniquilar.
Uno de sus oficiales, siendo teniente en la época de Bolívar, era un indígena. Había nacido en el sur del Tolima, en Coyaima, se llamaba José María Melo, fue ascendiendo dentro del Ejército Libertador por sus méritos; como indígena podía ascender en un organismo popular, no lo hubiera podido hacer dentro de una sociedad como la colombiana, que excluía a los indígenas y a las negritudes del poder.
A la muerte de Bolívar, fue a luchar en Venezuela en contra de los secesionistas para que la idea de Bolívar pudiera ser real: la gran Colombia y la unidad Latinoamericana, y fracasó en el intento, regresó a Colombia y llegó a ser General.
Siendo general, una insurrección artesana, es decir, los obreros del entonces en 1850-51 en Bogotá, lo erigió Presidente de la República. Es el único presidente indígena que ha tenido el país; era el último oficial del Ejército Libertador, fue erigido por los obreros, el artesanado de la ciudad como Presidente de la República en una insurrección para tratar de proteger el país del libre comercio y poder seguir produciendo, en este entonces, paños, telas.
Fue erigido porque era el jefe, Comandante en Jefe del Ejército Libertador. Duró ocho meses su encargo, porque los esclavistas organizaron sus ejércitos en el Cauca, en Antioquia rodearon la ciudad y derrotaron militarmente al general. Y el general se fue, se fue al Salvador, luchó contra el pirata norteamericano en Nicaragua, siguió hacia el norte y llegó a Chiapas, y allí como liberal encontró una revolución liberal: la de Benito Juárez, y decidió luchar por las ideas de Juárez.
Benito Juárez le otorgó el título de General mexicano, de los entonces ejércitos. Y allí en el sur de Chiapas fue asesinado por derechas conservadoras que no querían las libertades en aquel entonces.
Esa historia junta a Colombia, junta a México, junta ideales, junta ilusiones indudables, junta raíces de las dos naciones, de las dos Repúblicas. ¿Cómo fue que el último oficial del Ejército Libertador vino a morir en México? ¿Cómo es que en Colombia no se le recuerda? ¿Cómo es que en Colombia no hay en este tipo de palacios –que son los palacios de gobierno–, una foto de él, un cuadro, una pintura de él? ¿Cómo es que se ha borrado de los libros de historia? Porque como también un presidente negro, no se quiere que las juventudes y las generaciones futuras puedan descubrir que Colombia tuvo un presidente negro y que Colombia tuvo también un presidente indígena.
Los presidentes tenían que tener los apellidos de abolengo, tenían que tener la tez clara, tenían que ser dignos descendientes de la monarquía española, tenían que ser descendientes y herederos del sistema esclavista que no cayó con la libertad, ni con la República, sino muchas décadas después, y que aún hoy se mantiene en uno de los países más desiguales del mundo, no en términos de sistema de producción, sino de cultura y de mentalidad. Aún la mentalidad esclavista está en el poder, en la gente del poder político y económico de Colombia.
Por eso Colombia durante dos siglos no pudo construir una democracia, construyó una República, pero no una democracia. Y después de asesinatos y violencias por doquier, por primera vez tiene un gobierno popular, similar al que representó por pocos meses el General José María Melo.
Esta mañana me contaban de otra historia, pero su nombre quiero que ustedes me lo recuerden. Hubo un revolucionario mexicano, en territorio mexicano que hoy es de Estados Unidos, Catarino Garza, en Colombia no se conoce, pero murió en combate en territorio colombiano, otra historia olvidada, porque se ha querido que se olvide. Enfrentó ejércitos de los Estados Unidos y ejércitos de México al mismo tiempo, y desapareció del territorio en la vieja Texas, allá donde hoy las derechas pululan y generan mentalidades absolutamente anacrónicas al interior de la sociedad de los Estados Unidos.
Él era el revolucionario mexicano, y de pronto dejó de pelearles, nunca lo encontraron, nunca pudieron allí “darle de baja”, como dicen en las jergas de la violencia. Y de pronto aparece en Costa Rica, y en Costa Rica hace una reunión muy interesante donde va Maceo, el independentista cubano, y Martí, el otro independentista cubano, y Rafael Uribe Uribe, el liberal colombiano que se enfrentaba a las ideas conservadoras de aquel entonces, anacrónicas absolutamente, y trataban todos de construir repúblicas realmente libres, independientes y libertarias. Se llamaban asimismo liberales.
Rafael Uribe Uribe, señora Jefa de Gobierno, es el famoso Aureliano Buendía de los “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, el de “las mil batallas y las mil derrotas”; el del “El Coronel no tiene quien le escriba”. Rafael Uribe Uribe cayó asesinado a hachazos a escasos metros del Congreso de la República de Colombia, en Bogotá, era el único liberal en ese entonces que podía ser senador, había luchado con las armas y hecho la paz.
En esa reunión que era una verdadera internacional liberal revolucionaria, en Costa Rica, país de revolucionarios en ese momento a fines del Siglo XIX, lo que se labraban también eran ilusiones, posibilidades de una América Latina diferente. En un lugar cercano, de ahí salieron para Cuba, de ahí salieron para Colombia, Caterino se fue para Colombia a luchar por las ideas liberales.
Y en territorio entonces colombiano, en Bocas del Toro, cayó bajo las balas del Ejército Conservador Colombiano y cercano a un gran buque de guerra norteamericano que estaba ahí cerca, porque Boca del Toro dejó de ser colombiano unos años después, cuando nos quitaron a Panamá y, por tanto, al canal de Panamá. Un mexicano murió ahí, revolucionario, en el territorio colombiano.
Miren esas historias, una de aquí, otra de allá, cómo se van conjugando en una misma marea, en un mismo flujo de la historia que al final es la historia de las luchas, de las ideas, de las ansias de libertad, de las ansias de democracia, historias que van quedando en los pueblos, en la memoria que tratan de borrar de los libros de historia, quienes hacen esos libros desde las oligarquías, pero que se va imponiendo en la realidad.
Yo me quisiera llevar los restos del General José María Melo a Colombia, a hacerle un homenaje y me encuentro que tuvo descendencia aquí; que allá donde lo asesinaron crecieron sus hijos e hijas, sus nietos, sus bisnietos, que allá están sus herederos, ya son parte de México, ya no de Colombia. Y que ahí, la comunidad ha construido monumentos que no hizo la República de Colombia, ahí a él lo ha envuelto en banderas, ahí ha construido la leyenda y la cultura popular, ahí se le considera un héroe como no se le considera en la República de Colombia.
El esfuerzo de llevarme los restos se estrella contra otra realidad viva, que es el que ya el General José María Melo indígena, que ayudó a otro descendiente de indígenas, Benito Juárez en México, es un héroe y parte de la cultura y del patrimonio de un pueblo, se hizo pueblo. Cuando una persona se hace pueblo se vuelve indestructible, queda ahí, no es simplemente los restos o el intento de redignificarlo.
Ojalá algún director o directora de cine excelso o excelsa, pueda hacer las películas de estas historias, no sean solamente las historias de Hollywood las que llenen nuestras pantallas, sino nuestra historia, desenterrarla, mover las tierras del olvido y poder redescubrir a las generaciones juveniles del hoy, a las que vienen del mañana, estas historias que están llenas de tanta pasión, de tanta intensidad, de tanta dignidad, de tanto sacrificio también, de tanta historia, que es la historia común.
Estar aquí en México entonces para mí es todo un honor. De revolucionario colombiano, que ahora se vuelve Presidente engarzado en los problemas contemporáneos, que a veces nos llevan hacia atrás, que revierte las opciones del futuro; o que a veces también nos llevan, como los vientos, hacia delante, como si fuéramos velas de galeones todavía. Nos van llevando los vientos del pueblo en el fondo, los flujos de la historia hacia lugares que yo creo merecen la pena vivir, y conocer lugares de la historia en el futuro que quizá ya tengan que ver con los problemas de hoy y no los del Siglo XIX, que tienen que ver con la crisis climática, con la posibilidad de extinción de la humanidad y de la vida en el planeta.
Tiempos que van llevando al norte –decía ayer–, al norte geográfico del planeta, hacia las extremas derechas, por los miedos en los que se va acorralando parte de su sociedad rica, el miedo a la mujer libre.
Se reunió aquí en México la extrema derecha mundial, vinieron de Colombia también, una mujer –no voy a decir su nombre–, y la decisión de ese congreso de las extremas derechas mundiales era considerar el feminismo, enemigo; como si se asimilara al comunismo. ¿Qué dirían las mujeres del mundo hoy? Extremas derechas temerosas de la mujer libre, de la mujer igualitaria, temerosas de la mujer.
Extremas derechas temerosas de consumir menos, en términos de carbón y de petróleo, que es el único camino para salvar la vida; extremas derechas temerosas del inmigrante, ¿cuántos centenares de miles –yo diría millones–, no han cruzado por aquí pensando en pasar el Río Bravo? ¿Cuántos han muerto? ¿Cuántos han devuelto? ¿Cuántos han encarcelado? ¿A cuántas han violado? ¿Cuánta esperanza ha sido derrotada en ese éxodo? Que no solamente es de las Américas sino también de África.
Ese miedo al inmigrante que hace levantar muros, poner ametralladoras y campos de concentración, y asesinar, como en el sur, en el norte de Marruecos y al sur de España. O hacer del Mar Mediterráneo, ahí cerca donde nació la palabra democracia, la fosa común más grande del planeta, de gente que se ha ahogado tratando de tener un lugar donde vivir, porque en sus tierras ya no halla el agua, ya no halla el alimento, ya la crisis climática ha desatado el éxodo de la humanidad y el miedo al extraño, al inmigrante, al extranjero, al del color más oscuro en la piel, ha juntado entonces una barbarie que se insinúa, porque de nuevo las extremas derechas ganan las elecciones en el norte.
Es 1933 a escala planetaria y miren ustedes como el sur reacciona de manera diferente. Por lo menos en América Latina, que ahora nos ven como un faro, ya no somos nosotros los que vamos a París a estudiar, incluso con diccionarios del francés-español, textos de la Revolución; ahora los franceses vienen a mirar cómo es que cambiamos aquí las cosas. Ahora nos convertimos en faro y no es seguidores, y esa es una enorme responsabilidad en estos tiempos del mundo, esa América Latina en donde alumbra el siglo.
Y bajo esas circunstancias nos toca juntarnos, nos toca analizar, nos toca profundizar en las ideas, nos toca mover el cerebro y el músculo, nos toca mover los pueblos, porque sin pueblos no hay futuro; nos toca apersonarnos del momento histórico que hemos vivido; nos toca ser como atrás: los Rafael Uribe Uribe, o los Catarino Garza, o los generales José María Melo o Benito Juárez, o como Bolívar, o como esa juventud que se aprendió los textos revolucionarios franceses traducidos al español y por eso los ponían presos.
Nos toca ser de nuevo una generación que sea capaz de cambiar el mundo. Y México es una ciudad que ha demostrado que está en las vanguardias cada vez que se habla de cambiar el mundo.
Gracias, muy amables.