Mensaje de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinabum Pardo; del director del FCE, Paco Ignacio Taibo II, durante la inauguración de la plaza de la lectura José Saramago en conmemoración del centenario de su natalicio

Publicado el 08 Diciembre 2022

JEFA DE GOBIERNO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO (CSP): Muy buenos días a todos y a todas. La verdad estoy muy emocionada, emocionada porque nosotros, de una u otra manera, crecimos cerca de José Saramago. Y sobre todo del humanismo profundo de este escritor, que si bien portugués, es mucho de mexicano.

Y el día de hoy estamos aquí, agradezco muchísimo al señor embajador; a, por supuesto, Pilar del Río; a ciudadanos portugueses que, en la ciudad, quiero decir, que se convierten en ciudadanos y ciudadanas del mundo, de esta ciudad. Porque esta ciudad es siempre hospitalaria y las nacionalidades se diluyen cuando el amor se pone siempre al frente.

Yo preparé un texto. Antes, quiero agradecer, por supuesto, a Jesús Esteva, que no solamente ayudó, o bueno, fue partícipe, promotor de este espacio, de estos murales; a Isaac Masri, a todos los que hicieron posible este lugar.

Como tantas otras personas lo hacen en el mundo, me refugio en las palabras de José Saramago, quiero encontrar el tono que me permita hablar de su grandeza, de su legado y del agradecimiento que tenemos en México por su solidaridad y compañía en momentos clave de la lucha de nuestro pueblo.

Encuentro en “Cuadernos de Lanzarote”, la anotación del 7 de diciembre de 1995, que lo pinta de cuerpo entero: “A finales de julio enterré en una maceta dos semillas de algarrobo. A pesar de mis cuidados de regadío y atención cotidiana, uno de ellos se echó a perder, pero el otro, pasado un mes, cuando yo ya desesperaba de verle asomar los cotiledones tiernos, rompió finalmente la oscuridad de la tierra, como una pequeña y frágil esperanza. En este momento tiene siete hojitas crespas, verde oscuro, con sus bordes irregulares y ondulados. De tan lenta, casi no consigo verla crecer, pero crece. Cuando llegue la primavera la llevaré al sitio donde deberá ser un árbol. Un día tendrá diez a quince metros de altura. Habré entonces, probablemente, perdido la mía...”.

En unas cuantas palabras bordadas, vivimos con Saramago el amor por lo pequeño y la necesidad de protegerlo, la belleza de la complejidad de la semilla y su potencia. La fragilidad de la esperanza y la certeza del futuro robusto y alto, más allá de la breve existencia e importancia personal.

El 22 de diciembre de 1997, desde los más infames sótanos del poder, vino un golpe seco en México que dolerá siempre. En la comunidad de Acteal, municipio de Chenalhó, estado de Chiapas, fueron ejecutados 45 indígenas tzotziles, entre los cuales se encontraban cuatro mujeres embarazadas y 18 menores de edad. Y, además, resultaron heridas 26 personas.

Cuatro días después, Saramago escribió: “En marzo iré a México”, explicó las obligaciones profesionales que lo llevarían a Guadalajara y a la capital, y añadió: “Otra obligación me conducirá a Chiapas, esa obligación es moral”.

El domingo 15 de marzo de 1998, Pilar, quien hoy está generosamente con nosotros en este evento, pasó su cumpleaños en las montañas de Acteal, con su compañero José Saramago. Las crónicas describen la gravedad de los recorridos, la concentración de la escucha, la voz cada vez más agobiada, el compromiso del escritor que declara: “Acteal es lugar de una memoria que no puede de ninguna manera desaparecer. Sabemos lo que ocurrió y no lo queremos olvidar”.

De regreso en la Ciudad de México, el 19 de marzo de 1998, en representación del Parlamento Internacional de Escritores, firmó el acuerdo que convirtió a la Ciudad de México en Ciudad Refugio. Explica Saramago: “Para escritores que en sus países tienen problemas de inseguridad propia, algunos más que eso, diría también amenazados en su integridad física y en su derecho moral de escribir, a pensar y opinar según su conciencia”.

Antes de irse de México, José Saramago es entrevistado por La Jornada: “Me voy de aquí con la idea de que, si yo tenía un deber, lo cumplí”. Y a la pregunta sobre si México todavía podría ser “la región más transparente”, Saramago responde: “La región más transparente pienso que es la Isla de Lanzarote, pero México en lo físico puede ser tan transparente como quiera. Y en su vivencia también la relación entre los mexicanos todos, sin excepción, solo que el pueblo tiene que decir que eso es lo que desea”.

Termino aquí con la recuperación de las palabras y los hechos de Saramago en aquel marzo de 1988 en México junto a Pilar, año en que recibe el Premio Nobel de Literatura y en su discurso establece que el hombre dejó de respetarse asimismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante.

Ha pasado casi un cuarto de siglo desde aquella visita y un siglo entero desde el nacimiento de José Saramago, que regresó varias veces dejando siempre estelas de palabras llenas de dignidad y de aprendizajes. Humanas, poderosas, la palabra conjugada es bella y más hermosa cuando está cargada de futuro con José Saramago.

El 3 de septiembre de 2020, atendiendo a la larga lucha de las víctimas y sus familiares, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador realizó el acto público de reconocimiento de responsabilidad y disculpa pública del Estado Mexicano por los hechos ocurridos contra la comunidad de Acteal, el 22 de diciembre de 1997. Uno a uno, ese día fueron leídos los nombres de las 45 víctimas fatales, indígenas tzotziles y los nombres de las 26 personas heridas.

Vuelvo a refugiarme en las palabras de José Saramago: “Áspera convocatoria a la conciencia, dejando ahora de lado si deberíamos o no avergonzarnos de que la especie a la que pertenecemos sea lo que es, al menos avergoncémonos de nuestras apatías, de nuestras indiferencias, de nuestras complicidades tácticas o abiertas, de nuestra penosas cobardías disfrazadas de neutralidad”.

Por eso hoy quiero celebrar y agradecer la presencia solidaria, aquí en este espacio, donde quiera que estés, José Saramago. Muchas gracias también Pilar. Durante uno de los momentos más oscuros de la historia de nuestro país, ustedes estuvieron presentes. Por eso hoy, por encima de todo, es nuestro agradecimiento.

Las grandes celebraciones por el centenario del nacimiento de José Saramago, en ámbitos académicos, editoriales y universitarios, conviven con las íntimas celebraciones de millones y millones de lectores, cada quien con su propia y diversa experiencia. Y qué bueno.

Con este evento, nosotros hemos querido dedicar esta plaza a la lectura de José Saramago; a la celebración cotidiana de su cercanía, de su genialidad, de su pródiga y generosa existencia; al escritor, al hombre, al hermano de las causas más nobles. Es un honor para mí que la ciudad se engalane con el nombre, la palabra y la lectura del gran José Saramago.

Muchas gracias.

SECRETARIA DE EDUCACIÓN, CIENCIA, TECNOLOGÍA E INNOVACIÓN, ROSAURA RUÍZ GUTIERREZ (RRG): Buenos días a todos y todas.

Saludo con muchísimo gusto al presídium doctora Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México; señor João Caetano Da Silva, Excelentísimo Embajador de Portugal en México; señora Pilar del Río, muy bienvenida, traductora y viuda del escritor José Saramago; mi compañero Paco Ignacio Taibo, –hola, Paco–, es el director del Fondo de Cultura Económica; y mi compañero Esteva, que estuvo a cargo de organizar esta plaza.

Es un honor y un motivo de gran alegría, festejar los 100 años del gran escritor portugués y ciudadano de muchas naciones, José Saramago. Agradezco de manera especial, la distinguida presencia de la señora Pilar del Río, viuda de Saramago, extraordinaria traductora de sus obras a nuestro idioma.

Por medio del nombramiento de este espacio público como Plaza de la Lectura “José Saramago”, el Gobierno de la Ciudad de México hace un reconocimiento indispensable a quien fuera uno de los creadores verbales más original y entrañable del Siglo XX; y aspira de manera primordial, a promover y difundir a través del conocimiento de su obra, esa actividad silenciosa y transformadora, a veces, verdaderamente subversiva, que es la lectura.

Nacido en el año de 1922, José Saramago se forjó así mismo como escritor, en eso que alguna vez llamó “el duro oficio de vivir”, es decir, en el conocimiento profundo experiencial de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables y desprotegidos de la sociedad, de los que él mismo procedía. Una parte importante de la vida de Saramago transcurrió entre 1926 y 1974, en el contexto de la dictadura de António de Oliveira Salazar, una de las más largas del Siglo XX; la experiencia, al mismo tiempo personal y colectiva de ese régimen autoritario, marcaría profundamente su producción literaria, de tal suerte indisociable de su trayectoria vital.

Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998, su obra está marcada por un profundo sentido del compromiso social, que no cedió jamás ni al localismo, ni a la denuncia política coyuntural; por el contrario, su literatura que recurre con frecuencia a la alegoría se desborda de toda referencia a lo inmediato y sirve como un espejo de la condición humana y de las contradicciones más dolorosas de la sociedad.

No extraña que obras señeras suyas, como el “Ensayo sobre la ceguera”, “El Evangelio según Jesucristo”, o “Las intermitencias de la muerte”, por citar solo algunas, sean ya consideradas clásicos de la literatura, y que hayan tenido, especialmente en México, una recepción calurosa y un impacto profundo –como es mi propio caso–, entre sus lectores.

José Saramago, cuya producción literaria no se deja encasillar en ninguna corriente, ni escuela literaria específica, forma parte de ese raro linaje de escritores del que son ejemplos célebres Franz Kafka, Albert Camus o Fernando Pessoa –tan admirado por Saramago–, que llevaron las posibilidades del lenguaje a sus límites, para comprender la situación del ser humano en una época, que todavía es la nuestra, no solo de extraordinarios desarrollos civilizatorios, sino de aterradores actos de barbarie y violencia.

Para Saramago, como para esos escritores, la literatura responde a la necesidad de situar al ser humano concreto y vivo al interior de un devenir histórico marcado por profundos desgarramientos.

En Saramago, la escritura literaria se nos aparece como un verdadero esfuerzo por decir algo indecible, algo que solo logra a veces rozar el trazo del artista o la palabra del poeta, porque ese ser humano concreto en su singular, es irreductible a abstracciones y conceptos, no lo logran apresar las estadísticas, su nombre no es masa, población, humanidad, ni especie, y su breve paso por la tierra no se explica tampoco a partir de sus circunstancias sociales e históricas de las que es, al mismo tiempo, el artífice y la víctima, la causa y el efecto.

La literatura, en su búsqueda interminable del otro ser humano y de su singularidad, no solo revoluciona el lenguaje encontrando formas insospechadas e innovadoras de expresión y belleza; sino que, de manera fundamental inquieta, despierta la conciencia del lector hacia la indignación en la que se encuentra un horizonte de esperanza y de amor al ser humano.

Decía José Saramago que, a los libros hay que enfrentarse dispuestos a dialogar, a entender y a contrariar lo que nosotros mismos somos. La lectura, tal y como nos lo sugiere este autor, implica un diálogo en ausencia, un acto de hospitalidad donde el libro, cuya escritura jamás se completa, se transforma en el lector y engendra, a través de él, modos distintos acaso más justos y bondadosos de ser y de sentir.

Esta preocupación por el ser humano, por el otro negado, será un motivo constante de denuncia a lo largo de la obra de Saramago, basta recordar las palabras finales de una de sus novelas más conocidas “Ensayo sobre la ceguera”, donde leemos: “Creo que estamos ciegos, ciegos que, viviendo, no ven”. Saramago, se vale aquí de la ceguera como la metáfora por excelencia para una sociedad que, al ya solo ser capaz de pensar al ser humano en términos demográficos –como sucede de manera extrema durante las pandemias–, pierde por completo la conciencia de su singularidad, viéndose arrastrada en una espiral imparable de violencia.

El otro ser humano, en este contexto, se vuelve para nosotros tan inmediato, tan visible que dejamos de reconocerlo, cómo evitar quedarnos nosotros también –se lamentaba el escritor–, en esa otra especie de blancura, que es la ausencia de sentir la incapacidad de reaccionar, la indiferencia, la alienación.

La literatura en la medida que interpela al otro se nos aparece como una búsqueda de bondad y empatía, que puede hacer frente a ese mundo, mitad ruindad, mitad indiferencia, que Saramago reconocía, no solo en las dictaduras, sino en el corazón mismo de las democracias modernas.

La bondad, como escribió Saramago en sus “Cuadernos de Lanzarote”, cito: “Es tal vez en este mundo la más inquietante de las cosas”. A pesar de la crueldad con la que nos enfrenta su universo literario, Saramago entabla una defensa sin tregua de la creatividad y la solidaridad, ante los riesgos siempre latentes del pensamiento totalitario; en ella descubrimos una confianza inquebrantable en la capacidad de autodeterminación del ser humano, más allá de cualquier forma de subordinación y en contra de cualquier mandato autoritario, sea de aspiración religiosa o sea de aspiración secular.

Luego de su visita a Acteal, Saramago escribió: “De Chiapas me llevo no solo el recuerdo, me llevo la palabra misma… Chiapas”. Si tenemos conciencia, pero no la usamos para acercarnos al sufrimiento, ¿para qué nos sirve la conciencia?”.

Las palabras, nos enseña Saramago, no son un puro instrumento de comunicación, sino un camino que nos conduce al encuentro de nuestra propia humanidad, en ella se apresa una realidad: un paisaje humano, que en todo momento nos interpela y nos llama a indignarnos, a tomar partido y a actuar.

Celebro nuevamente la realización de este homenaje a uno de los más grandes escritores del Siglo XX, con la certeza de que sus palabras continuarán hallando ecos de solidaridad y de bondad, entre las generaciones presentes y porvenir de lectores mexicanos.

Enhorabuena. Muchas gracias.

EMBAJADOR DE PORTUGAL EN MÉXICO, JOÃO CAETANO DA SILVA: Muchas gracias, buenos días a todos.

Señora Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, doctora Claudia Sheinbaum; doctora Rosaura Gutiérrez, secretaria de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación de la Ciudad de México –el título es un poco extenso–; señora presidenta de la fundación “Ojos de Saramago”, Pilar del Río; señoras y señores.

Primero que todo, doctora Claudia Sheinbaum, una palabra –y a todo su equipo–, una palabra de felicitaciones por esta extraordinaria obra hecha aquí en tres semanas, un europeo no lo podría imaginar, pero bueno, sobre la obra y el concepto, ya habremos de escuchar un poco más tarde.

En el discurso de José Saramago, en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura en 1998, el escritor acentuó la importancia de los espacios públicos de lectura. Se describió como el adolescente que tuvo también buenos maestros de arte poética, en las largas horas nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar de encuentros y de catálogos, sin orientación, sin alguien que lo aconsejara, con el mismo asombro creador de un navegante, que va inventando cada lugar que descubre.

El espacio de lectura que será instalado en este jardín será un espacio de libertad, libertad de –como decía Saramago– leer al azar, libertad creadora de inventar lugares, libertad de soñar. Es motivo de mucho orgullo para todos nosotros, los portugueses en México, que este espacio noble de la ciudad sea dedicado a la memoria de nuestro gran compatriota, pero sabemos bien, que Saramago no fue simplemente un portugués, fue y es un hombre universal, como la literatura que creó.

Esa universalidad suya, no era un cosmopolitismo vago; Saramago tenía un compromiso con el pueblo y con sus causas. Y pocas veces, ese compromiso se reflejó tan evidente, como en su relación con México.

Es ese portugués, ese humanista, con conciencia universal, al que celebramos el día de hoy, debido a la meritoria iniciativa de la señora Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Para mí personalmente, como Embajador de Portugal, es un privilegio poder participar en esta inauguración, en este espacio, en compañía de la señora Jefa de Gobierno y de la presidenta de la fundación.

Esta Plaza de Lectura en el Paseo de la Reforma, crea un nuevo lugar para la memoria de José Saramago, y va a ofrecer a quien lo frecuenta, una puerta de entrada al pensamiento y a la obra de ese gran escritor; por encima de todo, este espacio concretiza una sugerencia dada por el propio Saramago: “Si no me encuentro en mi país, búsquenme en México”.

Muchas gracias.

DIRECTOR DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA (FCE), PACO IGNACIO TAIBO II (PIT): Lo que no me gusta de las mañanas, me gustan de las celebraciones donde el libro acude.

Bajo la bendición de José Saramago, vamos a anunciar el lanzamiento de una de las operaciones de fomento a la lectura más grandes que se van a hacer en México en este año. A lo largo de 15 días, 15 días, vamos a recorrer 61 colonias de la Ciudad de México, aquellas significadas por sus bajos recursos, sus niveles de inseguridad, sus niveles de pobreza para regalar libros para adolescentes, adolescentes que tengan entre 12 y 20 años, veremos que la burocracia no nos domine y que todos los que tengan 21 les podemos regalar un libro, o 22.

Vamos a regalar, gracias al apoyo de la Secretaría de Cultura, vamos a regalar un cuarto de millón de libros en 10 días, si esto no va a modificar la manera de leer de la adolescencia de esta ciudad, sumado a lo que estamos haciendo en escuelas secundarias, universidades, etcétera, ¿no sé qué podría sumar?

Vamos a tener libros de la colección popular, clásicos, especiales de la Orilla del Viento, libros de divulgación de la ciencia, novela gráfica, cómic y la colección Vientos del Pueblo, que es nuestro caballo de batalla en esta operación; 256 mil 186 ejemplares, se dice rápido, pero si ustedes se lo imaginan son 10 Librobuses, –como ese que está ahí–, repletos de libros, –no, más, 15 Librobuses como ese que está ahí–, y decidimos con la bendición de Saramago, que es la mejor de las bendiciones, lanzar el programa hoy.

Por lo tanto, ahí vamos a tener –levanten la mano compañeros los de ahí, ¡eso!–, vamos a tener libros de regalo en teoría para todos los jóvenes de menos de 20 años, pero que la burocracia no nos impida regalarle a los de 40. Hoy les vamos a regalar a todos, lo único que tienen que hacer es llegar y decir: “uno por coco”, y escoger con cuidado al final de este acto.

La segunda, es que vamos a vender libros de Saramago. Lo lamento, pero el Fondo no ha editado más que un libro de Saramago, entonces tuvimos que jalar de nuestras librerías y van a estar a la venta las obras de Saramago.

Y tercero, todos aquellos que se arrimen al Librobús que está al fondo –sírvanse girar la cabeza para verla, porque han de pensar que es metafísico el Librobús que está al fondo; no, es físico, físico–, va a estar repleto de ofertas de todo tipo, ¿por qué? Porque la mejor manera de celebrar a Saramago es moviendo el libro, regalando el libro, vendiendo el libro a bajísimos precios, movilizando el libro.

Y lo último, es que parece que acabamos de acordar que, a partir del par de semanas tengamos aquí un módulo de venta del libro a bajísimo precio, en un exhibidor, de tal manera que le empecemos a dar forma a que la memoria se vuelva memoria práctica y tomemos el libro en nuestras manos.

El último elemento es muy sencillo, la campaña iba a lanzarse dentro de unos días y en combinación con la Jefa de Gobierno –que ya descubrí que tienen el mismo vicio que Andrés Manuel, que es que los invitas a regalar libros y se ponen en la primera fila y reparten como locos, forma parte del júbilo y del goce de que el libro camine y circule–, decidimos adelantar un poco el lanzamiento de la campaña para tener el mejor padrino del mundo.

Entonces, gracias, San José Saramago, cuídanos y ayúdanos a seguir repartiendo libros por millares en esta ciudad.

PRESIDENTA DE LA FUNDACIÓN “JOSÉ SARAMAGO”, PILAR DEL RÍO (PR): Después de este San José Saramago, no sé cómo empezar, pero bueno voy a empezar de forma… como dicta el corazón. Querida Claudia, querido embajador de Portugal, querida Rosaura, queridas amigas, queridos… querido Paco Ignacio, claro; queridas amigas, queridos todos.

Hoy somos cómplices en el brillo de esta mañana, que no es una mañana más, porque en ella se recuerda a un contemporáneo que nos ayudó a crecer, y tal vez, a ser más nosotros mismos. Un contemporáneo que cumple estos días 100 años, y a quien celebramos con emoción y alegría, sentimientos que, junto a la conciencia y la responsabilidad, son atributos que nos distinguen a los humanos de otros seres vivos.

Y aquí estamos, dando testimonios de que José Saramago pasó por México, aquí llegaron sus libros construidos con vida atenta y vivida, y aquí se fue quedando; de tal manera que hoy, como consecuencia lógica de tantos afectos, se inaugura este espacio, que es como la literatura y como el amor, un lugar dispuesto para el encuentro o mejor dicho para los encuentros.

No se fue José Saramago de México, está presente en los estantes de muchas casas, está en las bibliotecas públicas, está aquí, también en esta camioneta, y está en los centros de enseñanza del país que leen “La Caverna” –ese libro de José Saramago–, lo leen, lo estudian y luego reflexionan quiénes somos nosotros, hombres y mujeres, sin otro don que la vida en la sociedad de consumo, que es el marco en el que nos movemos.

Y evidentemente, está también José Saramago en las hojas, en las hojas de esta columna que se ha levantado del suelo para sostener páginas de libros, y para decirnos a los lectores que no estamos solos.

En el tiempo de su vida, el escritor portugués y mexicano –como lo nombró el añorado Carlos Fuentes–, anduvo por este parque, venía al Museo de Antropología, cruzaba Reforma, pasaba por Bellas Artes, llegaba al Zócalo o iba a la UNAM, o se detenía en casas de amigos, que tanto vivían en el sur como en el norte, en casas grandes y con luz, o pisos pequeños donde solo cabía la amistad –ese logro que es un triunfo al alcance de todos, basta ser generosos–, eran, eso sí, casas con libros, porque leer es una forma de respirar y en México respiró mucho.

Cómo no iba a leer José Saramago a Sor Juana; cómo no trataría de perderse en los laberintos de Octavio Paz; cómo podría evitar el estremecimiento que provoca Juan Rulfo; el placer de Elena Poniatowska; el toque poético de José Emilio Pacheco; la sabiduría de Monsiváis; la fuerza de Rosario Castellanos; la mirada de Ángeles Mastretta. Leía a otras escritoras y escritores que llegaron de distintos exilios y aquí se quedaron, porque en México es casa.

Entonces leía a Juan Gelman y a Laura Restrepo, o a Eduardo Galeano o a Saúl Ibargoyen, y también a los jóvenes que irrumpían borrando los puntos finales de todos los libros antes escritos, porque en la literatura nada se acaba, siempre hay un lugar para una nueva palabra, para agradecer, para amar con nuevas sensibilidades y para tratar de entender el mundo sin que falte nadie, nadie.

Por eso, un día José Saramago dijo que deberíamos elaborar la Simetría de la Declaración Universal de Derechos Humanos, es decir, la Declaración de Deberes Humanos. Y ese reto, propuesto en Estocolmo, mañana hará 24 años, fue luego asumido en México por la UNAM, y lanzado al mundo como una forma de frenar el caos, lanzado al mundo, llevado a Naciones Unidas, llevado a las instituciones fundamentales y por todas considerados como un instrumento válido –insisto– para frenar el caos.

Sí, tenemos el deber de exigir que se cumplan los derechos humanos, todos los derechos y para todas las personas, y tenemos el deber de no discriminar por motivos de género, raza, religión, ideología u orientación sexual. El deber de no condenar prácticas de desaparición forzosa o esclavitud, de no participar en prácticas de abuso sexuales, el deber de informarnos y participar en los asuntos públicos, de exigir el acceso a la educación, de respetar las culturas propias, todas las culturas; la biodiversidad, el planeta y nuestra calle.

El deber de cuidado, de atención a la salud, de hospitalidad y de contribuir en la resolución pacífica de los conflictos, esos que nos amenazan como si viviéramos en la edad de piedra, como si la negociación, las negociaciones no fueran el mejor logro de la especie humana, nuestra especie y nuestra sociedad, que siempre está en transformación, siempre capaz de mejorar las condiciones de vida, si se lo propone la sociedad, si nos lo proponemos cada uno de nosotros, que cada uno de nosotros valemos mucho, valemos todo.

“Somos ciegos que, viendo no vemos” escribió un día José Saramago, en “Ensayo sobre la ceguera”. Hoy decimos que sí vemos, nos asomamos a páginas de libros, porque nuestros corazones palpitan; hoy podremos sentirnos personajes que fueron más allá de sus fuerzas, que construyeron conventos, enterraron con amor a la mujer desconocida, o superaron la costumbre de la muerte haciendo que al día siguiente no muriera nadie, tampoco el músico que podrá seguir interpretando a Bach, como si para eso hubiera nacido.

Hoy, como escribió en el epígrafe de “El Viaje del Elefante”, podemos decir que siempre llegamos a donde nos esperan: este parque, esta mañana, esta hora y esta columna levantada del suelo.

Muchas gracias, Ciudad de México; muchas gracias, Jefa de Gobierno.

En el Libro de Visitas de Lisboa escribió un día José Saramago: “Ni tú sabes lo que me has dado”, repito esas palabras en nombre de la fundación que presido. Gracias México, es mucho lo que ofrecen al mantener la corriente de amor entre la ciudad, el país y José Saramago.

Muchas gracias.