Mensaje del Jefe de Gobierno, Martí Batres Guadarrama, durante el 105 aniversario luctuoso de Emiliano Zapata en Palacio Nacional

Publicado el 10 Abril 2024

JEFE DE GOBIERNO, MARTÍ BATRES GUADARRAMA (MBG): Licenciado Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Amigas y amigos del Gabinete de la República.

El 10 de abril de 1919, el periódico conservador Excélsior reportaba lo siguiente: “Zapata está cercado por tropas del gobierno; las fuerzas de los generales Cesáreo Castro y Pablo González confían en poder capturar al cabecilla. Los zapatistas penetraron en el desgraciado pueblo de Huaquechula, Puebla, que tantos atentados ha sufrido por parte de los rebeldes y bandoleros; un círculo de hierro tiene atrapado a Zapata en territorio poblano”.

Eran injurias y mentiras de la prensa, fake news de hace un siglo. Esa mañana, Zapata estaba en Morelos, resistiendo a 80 kilómetros de Huaquechula, Puebla, y se trasladaba a Chinameca, donde fue asesinado a traición por el coronel Jesús Guajardo Martínez.

Al día siguiente, el mismo periódico Excélsior publicó en su primera plana a ocho columnas: “Murió Emiliano Zapata, el zapatismo ha muerto”, el subtítulo decía: “El sanguinario cabecilla cayó en un ardid hábilmente preparado por el general Don Pablo González”, sin embargo, el zapatismo no había muerto.

Ya en 1911, cuando apenas empezaba la Revolución, en el Congreso Federal electo para acompañar la primera mitad del periodo presidencial de Madero, el diputado reaccionario y conservador, José María Lozano, decía y preveía: “Ya Emiliano Zapata no es un hombre, es un símbolo; Zapata no es bandido ante la gleba irredenta que alza sus manos en señal de liberación, Zapata asume las proporciones de un Espartaco, es el reivindicador, es el libertador del esclavo, es el prometedor de riquezas para todos, ya no está aislado, ha hecho escuela, tiene innumerables prosélitos, es todo un peligro social, señores diputados”.

En ese entonces, cuando el Presidente Madero le pide a Emiliano Zapata entregar las armas, este le contesta: “Mis soldados, los agricultores armados y los pueblos todos me exigen diga a usted, con todo respeto, que se proceda desde luego a la restitución de sus tierras”.

Poco tiempo después, Zapata endereza las armas que no entregó, para combatir al usurpador y asesino de Madero, Victoriano Huerta.

Para diciembre de 1914, los ejércitos campesinos de Emiliano Zapata y Francisco Villa, dominaban prácticamente todo el territorio nacional y la Ciudad de México, donde se encontraron en Xochimilco, primero, y después en Palacio Nacional, proyectando el momento de mayor poder de los de abajo en la Revolución.

Apenas un mes después, Venustiano Carranza se vio obligado a promulgar la Ley Agraria del 6 de enero de 1915, para poder retomar la ruta hacia el gobierno de la nación.

En 1917, inspirada en el programa de los zapatistas, la nueva Constitución reconoce la propiedad originaria de la Nación sobre tierras y aguas; el derecho a las comunidades a la dotación de tierras; y declara nulos contratos, concesiones, resoluciones y sentencias que hayan privado de sus tierras a los pueblos y comunidades indígenas durante el porfiriato.

Zapata siguió levantado en armas porque, aún con la Ley del 6 de enero, la derrota de Huerta y la Constitución, las tierras de los pueblos del sur no habían sido restituidas.

Después del asesinato de Zapata el zapatismo siguió adelante: inspiró a Felipe Carrillo Puerto en su defensa de los indios mayas y a gobiernos revolucionarios locales que alentaron la restitución de tierras a los campesinos. La utopía agrarista del zapatismo se hizo finalmente realidad con el gobierno del general Lázaro Cárdenas.

Años después, cuando la Revolución parecía declinar, el zapatista Rubén Jaramillo siguió luchando hasta ser asesinado en 1962. En los años setenta, diversas organizaciones que tomaron la ruta de la lucha revolucionaria se denominaron zapatistas. Y en los años noventa, una guerrilla chiapaneca se denominó “Ejército Zapatista de Liberación Nacional”.

A lo largo de 105 años, cientos de organizaciones campesinas, estudiantiles, políticas, populares han llevado el nombre del general Emiliano Zapata.

Los grandes del muralismo Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, pintaron a Zapata; y después lo hicieron Arnold Belkin, Fermín Revueltas, González Camarena, Miguel Covarrubias, María Izquierdo y muchos artistas más.

La efigie de Zapata se pintó en bardas de barrios populares, cubículos estudiantiles e irrumpió incluso en la estética punk.

¿Por qué después de 105 años Zapata vive? Sostenemos que por dos razones fundamentales: primero, por su excepcional lealtad al pueblo; y segundo, porque representa política, ideológicamente y culturalmente la enorme fuerza de la comunidad indígena que ha perdurado a lo largo de siglos.

Aún en los momentos más críticos del Ejército Libertador del Sur, Zapata no se rindió, no entró en componendas, no negoció, no traicionó. Zapata no buscaba acomodarse, no le interesaba una posición, ni siquiera pretendía el poder político en los términos revolucionarios generales; tampoco tenía aspiraciones materiales, no deseaba una hacienda, una fortuna personal, luchaba por la tierra para los demás.

Eso hizo de Zapata el liderazgo más puro de la revolución: confiable, incorruptible, incoptable y, sobre todo, querible. Nunca se sometió y no aceptó más amo que los pueblos y así se mantuvo, aunque ello lo llevara a la muerte.

Dice Consuelo Sánchez, la antropóloga: “La peculiaridad de los pueblos indígenas no se reduce a un conjunto de rasgos como la lengua, la cosmovisión, las creencias y las costumbres, sino también y fundamentalmente, se distingue por sostener formas de organización comunitaria, relaciones económicas entre sus miembros y con la naturaleza, cuyo objetivo no es el intercambio mercantil para la obtención de ganancia, sino la distribución y consumo de bienes materiales sobre las necesidades comunitarias. Son colectividades que sostienen, material e idealmente, valores sociales y morales como los de la reciprocidad y redistribución, que se contraponen al individualismo egoísta del neoliberalismo”.

En el Gobierno de la Cuarta Transformación del Presidente Andrés Manuel López Obrador, se ha reivindicado el bienestar, la reserva moral y la grandeza cultural de pueblos y comunidades indígenas, como no se hacía por lo menos desde los tiempos del General Lázaro Cárdenas.

Para finalizar, quiero recordar una cita del poeta Octavio Paz que leí hace 23 años, cuando logramos que los indígenas zapatistas de Chiapas hablaran en la máxima tribuna de la nación: “El sur era y es acentuadamente indio; allá la cultura tradicional está todavía viva”.

Lo que distinguía al zapatismo fue su tentativa por regresar a los orígenes, un pasado en el que reinaba la justicia y la armonía, violada por los poderosos. La paradoja del zapatismo consiste en que fue un movimiento profundamente tradicionalista y en ese tradicionalismo reside precisamente su pujanza revolucionaria.

Es la revelación, el salir a flote de ciertas realidades escondidas y reprimidas, son revueltas que se proponen restaurar el tiempo original, el momento inaugural del pacto entre los iguales; es crear una comunidad en la cual las jerarquías no sean de orden económico, sino tradicional y espiritual.

Zapata está más allá de la controversia entre liberales y conservadores; Zapata está antes, y si México no se extingue, estará después.

En la Cuarta Transformación, Zapata vive y la lucha sigue.

Muchas gracias.

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